Hanna


Hay una hora en el día en que Hanna comienza una caminata monótona. Va y vuelve de un lado al otro por la vereda que recorre el costado de la casa. Sus uñas, en el silencio del barrio, retumban con su tiqui, tiqui, tiqui, tiqui, como el segundero de un reloj en una habitación vacía, que solo se ve interrumpido al llegar al limite de la vereda donde tiene que dar la vuelta y es cuando retorna el tiqui, tiqui, tiqui, tiqui, hasta el otro extremo. Por ahí se cansa, frena y exhala aire como protesta por no tener respuesta; o un débil y corto aullido que se esfuma mientras sale, como otra forma de llamar la atención. Yo, adentro, miro el reloj. Las 5 de la tarde. Pienso en las campanas de Lorca, en la tortura del dolor y del paso del tiempo, en la espera. Sí, yo también creo que ya debería estar acá, digo en voz alta como si le respondiera a Hanna que ya ha retomado el peregrinaje. 17:15. Hay paro de colectivos, por eso; pienso. Hanna ha parado y se escucha a su lengua chasquear en el agua del balde. 17:30. Preparo la ducha. Hanna jadea exageradamente, como si quisiera expulsar un hueso atascado en su garganta. Se detiene al escuchar un ruido, levanta su cabeza y sus orejas se tensan alertas, sus ojos se abren redondos y su cuerpo se esfuerza por no romper el silencio. Falsa alarma. Relaja los músculos que caen como queriendo llegar al suelo y decide retomar la marcha. 17:40. Arreglo el mate, no puedo permanecer sentada. 18:00. Pienso en qué le gustaría cenar y me pongo a revisar qué hay para cocinar. Sí, puedo hacer el esfuerzo de meterme en la cocina. Algo calentito, tal vez una sopa o unos fideos con salsa, esas comidas que son ideales para combatir el frío y que nos recuerdan que estamos en casa, ese olorsito a la comida que abriga el alma... 21hs. Hanna se metió en su cucha y se entregó al sueño, mañana va a intentarlo de nuevo, va a esperar y me va a pedir ayuda con los ruidos parecidos a todo aquello que marca el tiempo, porque no sabe no hacerlo, no sabe desconfiar ni dudar, solo cree en el reencuentro. 

Comentarios

  1. Me quedé insatisfecho con la lectura que te hice por mail. Porque esa había sido la primera interpretación, envuelta en cierto misterio fugaz, propio del primer pantallazo. Pero después releí el relato. Pensé otras cosas. No el encierro y la soledad como en la primera lectura, sino la espera paciente, tierna y cálida. Ya no como encierro, sino como hogar, cobijo y fuego, protección y fortaleza. Alimento. Compañía y confidencia. El ir y venir, ya no como un absurdo histérico y desesperado, sino como un absurdo que se nutre de ilusión, promesa y afecto. Una espera que tolera y se entrega al tiempo.

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    1. Me quedo con todos tus comentarios, los primeros, segundos, últimos... Todos 😊

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