N.*

Tome profe, le traje porque usted siempre dice que yo como cosas ricas y cuando le cuento, le hago desear. Así empezó la charla y yo enseguida atiné a decirle que no, que coma él, que lo mío era en broma porque él siempre contaba sobre esas comidas tan ricas que cocina su madrastra, como él le dice. Pero no profe, si se lo traje para usted. Me dejó helada. Después me dijo que él lo pasó por almíbar y que buscó la bandeja número cinco, que había número tres pero no encontró y lo había envuelto en el film y en ese relato tan sencillo, yo entendía que él se había tomado todo ese trabajo para que el pastel llegue en las mejores condiciones. 

N. es repitente, el año pasado se llevó hasta el recreo, como dicen los gurises y este año, en el primer trimestre, en Lengua tenía un 3. Después de la entrega de planillas de notas, lo llamé y lo hablé, le dije, sin tanto protocolo, que se dejará de joder, que se pusiera a estudiar y que avanzara, que cuántos años pensaba estar en 2°, que él podía pero si seguía así, sin hacer nada, iba a quedarse en 2° otro año. Sí, profe, mi papá ya me dijo, yo me voy a poner las pilas; me contestó. ¿Saben cuántas veces escuché esas promesas? Pero esta se cumplió. N. hace y rehace las actividades las veces que sea necesario. ¿Está bien ahora? Pregunta medio ansioso y si hay alguna indicación, se mete en su banco, aislado del aula que parece que va a explotar en cualquier momento con tanta combustión de gritos, papeles, bancos y sillas que se corren. N. está en la esquina, se pone serio, frunce el ceño y así se queda escribiendo. A veces toca el timbre y él sigue. Le digo que salga, que tiene que aprovechar el recreo. Ya termino profe, termino y me corrige. Y lo tengo que tranquilizar diciéndole que puede continuar la clase que viene si le falta mucho. N. sonríe cuando lo felicito y le digo que estoy orgullosa de él, sonríe y se encoge de hombros como si le diera vergüenza pero los ojos le brillan y la sonrisa no se le borra. Le llamé la atención mil veces el año anterior por su comportamiento, por sus comentarios hirientes; nunca me contestó, se quedaba serio y callado. Este año no le he tenido que llamar la atención y siempre me tira un “vio profe, ni un error tengo porque presto atención cuando escribo”. N. es un buen chico, siempre lo fue, pero como todos, necesitan ver la posibilidad, que alguien les indique por dónde se puede ir y que si no se hicieron las cosas bien, hay una oportunidad de hacerlo de nuevo. No sé quién es el papá pero agradezco haberme dado la mano y haberme ayudado a que N. hoy trabaje en clases. No sé quién es su madrastra pero agradezco el acompañamiento fundamental que recibe de su parte, esa alegría que le regala los fines de semana cuando cocina y reúne a toda la familia con ese motivo, todos los lunes hay una historia en torno a una mesa llena de gente. Y, por supuesto, agradezco el pastelito, que de tan rico me lo comí antes de terminar de escribir. 


*N. tiene nombre que prefiero preservar. Estaba planificando y encuentro este relato entre mis archivos de Drive. Tiene varios años. Decido subirlo cayendo siempre en la cuenta de la responsabilidad que tenemos los docentes con lo que decimos más allá del contenido: cada palabra puede significar un cambio de rumbo, una marca negativa o positiva, un empujón para avanzar o un golpe que los puede dejar por el piso.

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