A veces, el silencio me aturde. Prendo la computadora para quebrarlo y mantenerme de este lado. En mi lista de reproducción está Presente primera. Hago clic. Hay rituales que son necesarios. Siempre logro, paradójicamente si se piensa en la letra, aquietar la tormenta que puede desatar la calma. Ricardo Soulé, con 18 años, escribió Presente (o “El momento en que estás”). La canción, según el autor, surge a partir de su experiencia única de enamoramiento e inspirado y conmovido -tras una clase de literatura- por la elegía Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique. Lamentablemente, cuando estudié Literatura Española, este no fue un dato que se haya recuperado. La idea de la finitud del hombre y el paso del tiempo eran temas medievales y son actuales. La elegía del poeta español empieza: Recuerde el alma dormida,/avive el seso y despierte,/contemplando/cómo se pasa la vida,/cómo se viene la muerte; y Presente de Soulé: Todo concluye al fin/ nada puede escapar /todo tiene un final/ todo termina. Los cementerios son ese espacio físico y simbólico donde podemos verlo. Siempre me han atraído. Una vez escribí un texto que decía "voy, esta vez por decisión propia". De chica iba con mi mamá como ritual de sábado y de grande, como ese lugar que me permite confirmar prioridades “cuando el mundo no tiene respuestas”. Siempre me gustó recorrer las tumbas, leer las fechas y dedicatorias en las placas, siempre me pregunté qué les habrá pasado, como si al final, eso cambiara las cosas. 

Cementerio significa dormitorio porque es el lugar donde los cuerpos van a descansar. También es el lugar donde los vivos vamos a encontrarnos -simbólicamente- con quienes ya han partido. La muerte es ese lugar que nos iguala. La alegoría del río en el poema de Manrique se ha repetido infinidad de veces en la literatura y en la música: Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/ que es el morir/allí van los señoríos/derechos a se acabar/y consumir;/allí los ríos caudales, / allí los ríos medianos/ y más chicos,/ allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos. Sin embargo hacemos planes hasta para cuando ese momento llegue, como si pudiéramos hacer la diferencia, por ejemplo, con un cementerio privado, de placas distribuidas prolijamente formando filas a lo largo de un terreno con el pasto bien corto y espacios distribuidos cuidadosamente para lograr uniformidad y sensación de armonía, tal como los objetivos de la empresa se lo proponen. Parece que, aún después de muertos, todo sigue siendo una cuestión de clases. ¿Se sentarán las almas sobre las lápidas a observar y comentar sobre qué flores les gustaría tener en un futuro? ¿o sobre quién recibe más visitas y regalos? ¿Vanidad de la que habla Soulé? Se siente un poco ridículo pensarlo así, pero los rituales tienen un valor simbólico muy importante para las culturas, nos hablan de ellas, nos dan un sentido de pertenencia y nos permiten mantenerla viva. El ritual funerario es uno de los más antiguos y uno de los más importantes porque es el paso a lo desconocido. Las civilizaciones antiguas y politeístas llenaban de adornos y monedas los cuerpos para que las personas pudieran vivir en el más allá o pagar su ingreso al mundo de los muertos; para la cristiandad, los cuerpos deben ser preparados para el descanso eterno hasta el “Día del regreso”. En ambas, hay una negación a aceptar la idea de final.

Los cementerios me recuerdan la canción Presente, a las Coplas, a la finitud y al paso del tiempo; pero también, que hay mucho que hacer mientras se camina. Hasta que no haya una certeza, el arte va a seguir expresándolo y buscando respuestas; en un continuo movimiento circular. Hace un tiempo, en un taller, quien lo dictaba dijo: "lo que hacemos es una forma de estar en el mundo". Nunca le pregunté por la autoría de la frase (debería leer más y escribir menos), pero me quedó como estandarte, unos pasos adelante, marcándome el camino mientras ande por acá, y atendiendo a que sea siempre un “camino con corazón”. Lo que hacemos es una forma de estar en el mundo y eso debería ser de la forma más liviana posible, sin tanto equipaje como pregonaba McCandless; y sin que quede la mierda adentro, como vaticina el poema de Casas. 


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